por Sor Anne-Catherine Avril
Me acompaña, es mi punto de referencia para la vida, para el discernimiento, para leer lo que sucede en mí, a mi alrededor, en las personas que encuentro, en los acontecimientos del mundo. Conforta, desafía, da valor y esperanza.
En su Palabra, Dios nos ha revelado siempre que acompaña a nuestra humanidad sin desanimarse. Entra y sale de los meandros de nuestra humanidad, desciende a sus abismos y se levanta con ella, y estamos seguros de que llevará a cumplimiento su designio. Cada acontecimiento despierta en mí un pasaje, un verso.
Amo la Palabra de Dios como amo a Dios mismo
La he estudiado, en gran parte en la tradición judía, y la sigo estudiando; la he enseñado y la sigo enseñando… de diversas maneras. La he enseñado en todas partes. A jóvenes, novicios de la Congregación o peregrinos en nuestros albergues de Jerusalén; a judíos y musulmanes en la Universidad de Belén; a cristianos en nuestros programas en el Ecce Homo y el Centro Ratisbonne.
Un modo de enseñanza que disfruté mucho fue compartir mi experiencia y conocimientos con hermanos, hermanas y peregrinos que me pedían ayuda. Por ejemplo, Wafaa es una hermana egipcia del SND; llegó con su Biblia en árabe, yo tenía la mía en francés. Nos turnábamos para leer los salmos en nuestros respectivos idiomas. Yo revisaba mi Biblia en hebreo y luego dialogábamos al respecto en inglés. ¡Qué bendición para las dos! Aprendí que la Palabra de Dios crece en una comunidad de estudio y compartiendo.
He aquí una anécdota de Ein Karem. Itay es un judío religioso que enseña literatura hebrea en Alemania y viene regularmente a dar conferencias a la Universidad de Jerusalén, en Givat Ram. Se aloja con nosotros en Ein Karem y se encarga de que haya comida kosher. Un día le pregunté por qué había elegido nuestra casa. Me contestó: “¡Es ‘el’ lugar!”.
Le pregunté si quería estudiar parashat ha-shavu’ah (la parte de la Torá que se lee cada Shabat) con nosotros. Lo hizo de buen grado.
He vivido la Palabra de Dios en la vida concreta
Una vez, al final de nuestra sesión, me dijo: “¿Sabes lo que dice la Mishna?”.
“Cuando diez o cinco o tres están juntos para estudiar Torá, la Shekina (la presencia de Dios) está entre ellos…”.
Bueno, vi la Shekina en los ojos de los participantes.
He vivido la Palabra de Dios en la vida concreta, especialmente en el mundo judío, compartiendo sus fiestas y los acontecimientos de su vida cotidiana, viviendo las tensiones, la guerra, el desafío de la paz en Israel.
También la amo por sí misma. Lo aprendí sobre todo de la forma judía de leer las Escrituras: leer entre líneas, estar atento a todos sus “guiños”. Me encanta la lengua hebrea, y cada día me deleito con el vocabulario de los Salmos.
Todo esto me ha permitido comprender mejor quién es ese Dios Único de Israel y de las Naciones, gracias al pueblo judío que nos transmite la Palabra; quién es Jesús, esa misma Palabra (la Palabra estaba con Dios), el Hijo del Padre, que asumió nuestra humanidad (y la Palabra se hizo carne), que sigue acompañando a la humanidad, abrazando sus grandezas y sus debilidades, que cura y salva.
He tenido maestros en Nuestra Señora de Sion y en el pueblo judío
El Espíritu que fluye, una brisa que sopla donde quiere, misteriosamente en un punto para revelar el “sentido” de las Escrituras y la presencia de Dios en todas las cosas.
Todo esto no lo he descubierto sola, he tenido maestros en Nuestra Señora de Sion y en el pueblo judío. Creo en esta vida que pasa de generación en generación por transmisión. Es la Congregación la que ha guiado mi vida hacia la profundización de la Palabra. Y podría poner nombres a todas y cada una de esas personas que han representado para mí una llamada, un reto, un estímulo a lo largo de mi vida.
Ben Bag Bag, el antiguo sabio rabínico, solía decir: “Lee la Torá una y otra vez, porque lo contiene todo. Sólo ella te dará el verdadero conocimiento. Envejece estudiándola y nunca abandones su estudio. Es lo mejor que puedes hacer” (Mishna Avot, V 25).