por Sor Marie Lise Adou
Poco a poco, nació mi vocación
Era mayo de 1983, la diócesis había organizado una jornada vocacional que comenzó con una peregrinación a pie desde la catedral de Saint Omer hasta el monasterio benedictino de Wisques, a la que participaron muchos feligreses. Después de la comida campestre, se invitó a los jóvenes que quisieran a asistir a un encuentro con las hermanas benedictinas.
Por curiosidad, fui a la reunión, durante la cual se formularon preguntas a las hermanas. Tenía especial curiosidad por saber cómo era su vida de puertas adentro. A continuación, las hermanas nos invitaron a unirnos a ellas en la capilla, con todos los peregrinos del día, para un momento de oración. Se leyeron y meditaron textos del Papa y de la Biblia, y allí… fue como si oyera mi nombre, “Marie Lise”, al final de cada texto. Me invadió un sentimiento de miedo y me fui a casa llorando, sin saber qué me estaba pasando. Como entonces no tenía teléfono, escribí una carta a una amiga religiosa para contárselo. Recibí su respuesta: “No te preocupes, reza y volveremos a hablar de ello”.
Cada una me acogía, sencillamente, tal como era
Seguí con mi vida habitual: secretariado, catequesis, participación en la parroquia, salidas con amigos, acogida de personas en mi casa, grupos de reflexión para solteros, grupos de oración: una vida plena que me daba mucha alegría. Sin embargo, poco a poco fui dedicando más tiempo a la oración, pidiendo al Señor que me iluminara sobre el sentido de mi vida, sobre mi vocación. Sentía que Él me llamaba, pero ¿a qué? En aquel momento, algunos amigos se comprometían con el matrimonio, con la vida religiosa, con la diócesis para trabajar en la Iglesia… ¿y yo? Desde aquel acontecimiento en Wisques, estas preguntas me rondaban por la cabeza.
Empecé a reunirme regularmente con un sacerdote que, poco a poco, me ayudó a ver las cosas con claridad. Y al cabo de tres años pude decir “Sí” a la llamada del Señor a seguirle en la vida religiosa. Fue el 15 de agosto, después de un día de peregrinación a Nuestra Señora de Rocamadour.
Muy pronto me sentí parte de una familia
¿Por qué Sion? En primer lugar, la acogida que recibí el día de mi llegada como secretaria de la escuela me dejó inmediatamente claro que no trabajaba en una empresa. Luego, gracias a mi trabajo, cada día compartía algo de la vida de las hermanas, que entonces eran al menos 25. Cada una me acogía, sencillamente, tal como era. Por ejemplo, una de ellas pasaba por mi despacho por la mañana para darme los buenos días antes de ir a su clase. Pequeños gestos como ese me conmovieron desde el principio. Me invitaron a participar en las clases de Biblia que se ofrecían a los profesores.
Tras la marcha de la comunidad de St. Omer, seguí visitándolas, con amigos de St. Omer, para compartir un poco su vida en Auvernia, sus oraciones. También las había conocido de otras maneras, durante un viaje en coche que habíamos hecho a Roma, y durante mi primera peregrinación a Tierra Santa con un grupo de St. Omer.
Compartir todos estos momentos de sus vidas, sin duda, me ayudó a elegir esta congregación en la que muy pronto sentí un amor por la Biblia y el pueblo judío, y una apertura hacia todo el mundo, independientemente de su religión o procedencia. Muy pronto me sentí parte de una familia, incluso mucho antes de haber pensado en la vida religiosa…