por Sor. Marie-Luc Champot
Después de vivir muchos años en Jerusalén, y ante las dificultades de salud de algunas de nosotras, así como nuestra avanzada edad, decidimos volver juntas a Francia, para seguir viviendo —en comunidad— nuestro servicio de alabanza y de intercesión. Aunque dejar Jerusalén fue difícil para todas y cada una de nosotras, no nos arrepentimos de nuestra “opción por la vida”.
El Señor siempre va delante de mí
¿Vivir la espiritualidad de una hermana contemplativa de Nuestra Señora de Sion en una residencia de ancianos cambia algo? En cuanto al entorno ciertamente sí, pero no en cuanto a la motivación profunda que me anima y me hace vivir cada día.
Una hermana de Nuestra Señora de Sion “vive la Palabra”. Esta palabra me habla de un Dios presente en la Historia, acompañando a su pueblo Israel y revelando, en Jesús, que su preocupación se extiende a toda la humanidad, ¡incluso a la historia de vida de cada uno de nosotros!
La oración se convierte en acción de gracias por el misterio del amor
El Señor siempre va delante de mí. Por eso, trato simplemente de reconocer Su Presencia en todo lo que vivo día a día. Un lugar privilegiado para este encuentro es la vida comunitaria, ritmada por el canto de los Salmos: la oración del pueblo de Israel y de Jesús. Siguiendo sus huellas, renovamos nuestra confianza en Dios, en comunión con todos los pobres de este mundo y, muy concretamente, con los ancianos cuya vida compartimos.
En nuestros encuentros diarios con los residentes, sus rostros, a menudo cansados, quemados por la edad y las penurias, reflejan la imagen de Dios, oculta como el fuego bajo las cenizas. Cuando un poco de atención hace que su rostro se ilumine con una hermosa sonrisa, entonces la oración se convierte en acción de gracias por el misterio del amor, oculto en cada una de nuestras vidas, en la del pueblo de Israel y en nuestro mundo, más allá de las apariencias.
Dejar que “Dios sea Dios”
A los dieciséis años descubrí, tras una larga búsqueda de sentido, que “Dios existe y me ama”. Este asombro me ha acompañado a lo largo de toda mi vida, incluso en lo más hondo de las pruebas por las que todos pasamos. Hoy, ¿cómo no dejar que “Dios sea Dios” para mí? ¿Cómo no dejar que invada mi vida para que esté presente donde él quiere, hoy, en acción de gracias, intercesión y alabanza?