¡Una sorpresa del cielo!

por Adriana Bialik

Como cristiana, siempre sentí que tenía el deber de ir a Israel al menos una vez en la vida.

Para mí era importante visitar los lugares donde Jesús vivió y enseñó. Al principio pensé que esa era la única razón por la que quería ir, pero luego resultó que mi corazón y mi amor por esta parte del mundo eran mucho más grandes. Sabía que no quería ir allí como una turista que va al país durante una semana, “visita todos los lugares santos” y luego vuelve a casa con un montón de preguntas en la cabeza. Sabía que quería vivir de verdad esa parte del mundo, conocer a la gente y empaparme de su cultura, poder comer con los lugareños, divertirme y compartir su vida cotidiana.

A veces hay que dejar una ciudad en la que has vivido antes, para poder volver a ella y llevarte una fantástica sorpresa, que llega directamente del cielo. Durante mis primeros años de estudio, viví en Cracovia. Entonces ignoraba por completo la existencia de la Congregación de las hermanas de Sion y de la casa que tenían en mi barrio.

Un nuevo capítulo en mi vida

Al terminar mis estudios en Poznań, quería alimentar mi corazón y mi persona, por lo que empecé a buscar oportunidades para vivir una experiencia de inmersión en Jerusalén. Ya había participado en proyectos de intercambio cultural en muchos lugares. Me gustaba la idea de entrar en espacios, lugares y comunidades desconocidos hasta entonces, que me dieran el privilegio de formar parte de algo que era —y de otro modo hubiera seguido siendo— ajeno y distante. Me puse en contacto con la Congregación y, tres meses más tarde, estaba de vuelta en Cracovia para mi primer encuentro con la Hna. Ania.

La víspera de mi 25 cumpleaños aterricé en el aeropuerto de Tel Aviv. La Hna. Colette vino a buscarme y me llevó a Ein Karem, el lugar que se convirtió en la fuente de mi amor por Jerusalén y en el comienzo de un nuevo capítulo de mi vida.

Cuando salí de Polonia, me había fijado algunos objetivos para mi estancia de tres meses en Israel. Mi sueño estaba claro: además de vivir con las hermanas en Ein Karem, quería conocer a gente enamorada de Tierra Santa. No pensaba que todo esto se me fuera a dar en los primeros días de mi estancia.

Leer los pasajes del Evangelio en aquel lugar tenía para mí una dimensión casi metafísica

Desde el principio, Jesús me confirmó que estaba en el lugar correcto, que todo estaba de acuerdo con Su plan, que Él me guiaría y ampliaría mis horizontes, y pondría a personas fascinantes en mi camino. Me entregué a Él, después de todo, ¡estaba en su casa!

En la primera semana, ya sabía que a mi regreso a Polonia lloraría de nostalgia. Entonces conocí a una hermana de Sion que vivía en otra casa de la NDS en el centro de Jerusalén. Quedamos en que volvería, en cuanto pudiera, para continuar mi aventura en la Ciudad Vieja.

Durante esta segunda estancia, me reunía regularmente con sor Ana para meditar sobre las Escrituras. Leer los pasajes evangélicos en aquel lugar tenía para mí una dimensión casi metafísica. Estas conversaciones me enseñaron mucho, pero también me plantearon nuevas preguntas y dudas.

Mis estancias en Jerusalén fueron un gran regalo, un privilegio y un sueño hecho realidad

Mis estancias en Jerusalén fueron un gran regalo, un privilegio y un sueño hecho realidad. Conocí a personas que siguen siendo mis amigos a día de hoy, y comencé un camino para descubrir mis raíces y responder a preguntas sobre quién soy y cuál es mi vocación.

Ambas experiencias fueron el preludio de mi actual relación con Israel. Ahora voy allí para desarrollar mi pasión cinematográfica, buscar respuestas sobre mis orígenes, divertirme con mis amigos en el mercado de Mahane Yehuda, pasear por las playas de la Ciudad Blanca, comer deliciosos manjares, rezar y entablar una relación con Dios en el centro del Universo, porque ahí es donde siento que estoy en Jerusalén.