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Encuentro con el Consejo Panucraniano de las Iglesias y organizaciones religiosas
Papa Juan Pablo II
Lituanie (2001/06/24)
5. Os dirijo ahora mi saludo a vosotros, representantes de las otras religiones y organizaciones religiosas, que trabajáis en Ucrania en estrecha colaboración con los cristianos. Este es un rasgo típico de vuestra tierra que, por su particular ubicación y conformación, constituye un puente natural no sólo entre Oriente y Occidente, sino también entre los pueblos que se encuentran aquí desde hace muchos siglos. Son pueblos diversos por origen histórico, tradición cultural y credo religioso. Quisiera recordar la consistente presencia de los judíos, que forman una comunidad firmemente arraigada en la sociedad y en la cultura ucraniana. También ellos han sufrido injusticias y persecuciones por permanecer fieles a la religión de sus padres. ¿Quién podrá olvidar el enorme tributo de sangre que pagaron al fanatismo de una ideología que propugnaba la superioridad de una raza respecto de las otras? Precisamente aquí, en Kiev, en la localidad de Babyn Jar, durante la ocupación nazi fueron asesinadas en pocos días muchísimas personas, entre ellas cien mil judíos. Fue uno de los crímenes más atroces entre los muchos que, por desgracia, debió registrar la historia del siglo pasado.
Ojalá que el recuerdo de ese episodio de furia homicida sea una saludable advertencia para todos. ¡De qué atrocidades es capaz el hombre cuando se engaña creyendo que puede prescindir de Dios! La voluntad de contraponerse a él y de combatir toda expresión religiosa se manifestó prepotentemente también en el totalitarismo ateo y comunista. Lo atestiguan en esta ciudad los monumentos que conmemoran a las víctimas del Holodomor, a las personas asesinadas en Bykivnia y a los muertos en la guerra de Afganistán, por citar sólo algunos. Quiera Dios que el recuerdo de esas experiencias tan dolorosas ayude a la humanidad actual, de modo especial a las generaciones jóvenes, a rechazar cualquier forma de violencia y a respetar cada vez más la dignidad humana, salvaguardando los derechos fundamentales inherentes a ella, particularmente el derecho a la libertad religiosa.
6. Juntamente con el recuerdo del genocidio de los judíos, quisiera aludir a los crímenes perpetrados por el poder político contra la comunidad musulmana presente en Ucrania. Pienso, en particular, en los tártaros deportados de Crimea a las Repúblicas asiáticas de la Unión Soviética, que ahora desean volver a su tierra de origen. A este propósito, quiero expresar mi deseo de que, mediante el diálogo abierto, paciente y leal, se encuentren soluciones adecuadas, salvaguardando siempre el clima de sincera tolerancia y de colaboración concreta con vistas al bien común.
En esta paciente obra de tutela del hombre y del verdadero bien social, los creyentes deben desempeñar un papel peculiar. Juntos pueden dar un claro testimonio de la prioridad del espíritu con respecto a las necesidades materiales, por lo demás legítimas. Juntos pueden testimoniar que una visión del mundo fundada en Dios garantiza también el valor inalienable del hombre. Si se quita a Dios del mundo, ya no queda en él nada de verdaderamente humano. Sin mirar al cielo, la criatura pierde el horizonte de su camino en la tierra. En la base de todo auténtico humanismo se encuentra siempre el reconocimiento humilde y confiado del primado de Dios.