En medio de guerras y crisis climáticas, con tanta gente viviendo en condiciones de hambruna, desplazamiento y sufrimiento, podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que perdure la esperanza? Puede ser más fácil sucumbir, en cambio, a un sentimiento de impotencia, y quedarnos donde estamos, en nuestra zona de confort.
Sin embargo, para encontrar inspiración, sólo tenemos que recordar los acontecimientos que rodearon la detención y crucifixión de Jesús, y las reacciones de sus seguidores. Imaginemos el miedo, la desolación y la incertidumbre que debieron de sentir. Algunos huyeron, pero otros se mantuvieron firmes en todo momento.
Entre los que se quedaron había algunas mujeres fieles: María, madre de Jesús, María Magdalena, María, madre de Santiago, Juana y Salomé. Permanecieron al pie de la cruz, incapaces de impedir el sufrimiento de Jesús, pero manteniendo su devoción. Incluso después de su muerte, trataron de cuidar su cuerpo, en un acto de profundo amor y reverencia. Su fidelidad fue recompensada, pues fueron ellos a quienes se reveló por primera vez el milagro de la Resurrección. Se convirtieron en las primeras mensajeras de la esperanza, proclamando a los apóstoles y al mundo entero que Jesús había resucitado.
La Resurrección es la manifestación definitiva del amor inquebrantable de Dios por su Hijo y por nosotros. Nos recuerda que la desesperación y la oscuridad no tienen la última palabra. El amor lleno de esperanza prevalece y tiene el poder de transformar el mundo.
Al igual que aquellas mujeres fieles se convirtieron en portadoras de esperanza, también nosotros estamos llamados a seguir su ejemplo. Realicemos acciones de amor atendiendo a los necesitados como podamos, llevando hoy un mensaje de esperanza a la Tierra.