La redención del mundo, en su plenitud, pasa por el Hijo de Dios, cuya encarnación requiere la participación humana de María.
María no sabía que había sido concebida como preparación para ser la madre de Jesucristo. Cuando el ángel le anunció que daría a luz al Hijo de Dios, no lo comprendió y, turbada, se preguntó cómo podía ser. El ángel le respondió: “El Espíritu vendrá sobre ti”. El Espíritu en la respuesta del ángel es el mismo que se cernía sobre las aguas en el principio en Génesis 1,2, y el que renueva la faz de la tierra en el Salmo 104,30:
Es por su propia fe y esperanza, y por su recuerdo de pasajes como éstos, por lo que María respondió: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices”. Lc 1,38
María es la personificación de la intervención divina en la humanidad, y de cómo la intervención de Dios depende de una respuesta humana. Es la capacidad humana de María la que hace responder “Sí” a la Palabra de Dios lo que la convierte en ayudante de Dios en la acción salvífica de la humanidad.